Uno de los casos que llevamos a juicio hace años fue el de un hombre que hacía limpieza de las cabinas de teléfonos de las calles de Vigo.
No sé si recordáis la típica expresión de ‘¡Me tragó la moneda!’ de aquellos tiempos en los que nos veíamos obligados a usar esas cabinas para comunicarnos… Pues bien, lo que sucedía realmente dentro de la máquina es que la moneda, en vez de caer al cajetín, caía fuera de él y desaparecía dentro de la máquina.
Una de las misiones de este hombre era vaciar todas esas monedas que habían quedado atrapadas ahí, meterlas en una bolsa y entregarlas en su respectiva oficina contabilizando el número de monedas que había sacado ese día.
El caso es que los números no cuadraban, y es que había una gran diferencia entre el importe recaudado por este hombre y por sus compañeros. Resultaba evidente que el trabajador estaba sustrayendo parte de ese dinero, pero era necesario contar con pruebas.
Decidimos por tanto, meter en dos cabinas unas monedas marcadas con tinta invisible, que sólo podían distinguirse con lámpara de infrarrojos y se depositaron dentro de dichas cabinas en la ruta que ese día le tocaba al hombre hacer. Después de haber limpiado esas cabinas apareció la policía pidiéndole que le enseñara las monedas que había quitado ese día, lo cachearon y en su bolsillo tenía parte de las monedas que había encontrado, entre ellas las dos que estaban marcadas.
De esta forma pudimos finalmente ir a juicio con una causa justificada. Fue un despido procedente en el cual pudimos demostrar la transgresión de la buena fe contractual, motivo por el que se argumentó el despido. Es decir, el problema ya no fue que se llevase una cierta cantidad de dinero sino la confianza que se aportó a la persona y que esta no cumplió.